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lunes, 22 de febrero de 2016

23-F, la historia se repite


El dictador Franco con Juan Carlos de Borbón.


El 23 de febrero de 1981, próximo mi regreso a España, el golpe militar de Tejero causó honda conmoción en mi familia, parte de ella recién llegada a Valencia, rodeada esa noche por las fuerzas militares salidas de Bétera y Paterna a consecuencia de la sublevación de Jaime Milans del Bosch. Sobre este tema se van ampliando puntos de vista a medida que el blindaje de la monarquía ante los medios ya no puede sostenerse tras destaparse en 2011 el caso Nóos y añadirse a ello otros escándalos de la familia real ante los cuales ha cambiado drásticamente su política de hermetismo total con los medios de comunicación a estar dispuestos a ofrecer ruedas de prensa para intentar lavar la desgastada imagen de Juan Carlos I.

Ricardo de la Cierva, en su libro Retratos que entran en la historia (1993), habla de su última entrevista con Juan Carlos I, el 26 de enero de 1981, poco después de haber sido cesado en su cargo de ministro de cultura. Juan Carlos I no ve muy claro que su reinado pudiera durar mucho, pues según La Cierva, le dice: sería bueno llegar al 83, pero no sé si vamos a poder. En estas circunstancias, el 23-F supuso para Juan Carlos I la oportunidad de presentarse a España como el salvador de la democracia y garante de las libertades civiles, por su oposición al golpe, lo cual le permitió alcanzar un objetivo mucho más amplio que llegar al 83. El marketing de su imagen fue de lo más eficaz durante años.

Repasando un poco de historia, en su dinastía existen antecedentes de juegos a dos bandas con los golpes o sublevaciones que el gobierno conocía de antemano y en los que había que tomar posiciones. Esto lo dominaba a la maravilla su antepasado Fernando VII, principal responsable del entrecruce trágico con mis antepasados que daría con el fin de sus vidas anticipadamente. En el levantamiento del 7 de julio de 1822 Fernando VII, para recuperar el absolutismo, conspira contra los defensores de la constitución. Se promueve este golpe de estado mediante batallones de la guardia real que salen a las calles y, en este doble juego, le mantienen “retenido” en palacio sus mismos aliados. Así se cubría las espaldas si fracasaba, como ocurrió, aunque no por mucho tiempo pues recurrió al año siguiente a traer tropas francesas a España, logrando restaurar el absolutismo.

No me extiendo aquí con el  22 de junio de 1866, en el que se halla involucrada la reina Isabel II en el encubrimiento del asesinato de Federico Puig Romero, llevado a cabo mediante un plan paralelo al margen del revolucionario, conocido de antemano por el gobierno.  Vamos al 19 de septiembre de 1886, durante la regencia de la viuda de Alfonso XII, cuando se produce un movimiento republicano. Casualmente resultan víctimas mortales dos oficiales de artillería que sobrevivieron el 22 de junio de 1866 y conocían especiales circunstancias de Federico Puig Romero.

Respecto a Alfonso XIII, sobra decir que no opuso resistencia al levantamiento de Primo de Rivera que inició una dictadura en septiembre de 1923 que se alargó hasta enero de 1930, casi un año después de fallecer su madre, que había seguido reinando en la sombra.  Siguió la dictablanda de Dámaso Berenguer hasta que la monarquía sucumbe el 14 de abril de 1931. Sobre esto hablaba Juan Carlos I con La Cierva en 1980 afirmando: Jamás haré yo cosa semejante.  A mí solamente me sacarán de aquí, si llega el caso, con los pies por delante…



El lunes 26 de enero de 1981 no había audiencias en La Zarzuela, pero sí un gran revuelo militar por la casa, según refiere La Cierva. Seguramente Juan Carlos I no deseaba seguir el ejemplo de su abuelo que a largo plazo no le mantendría en el poder. Convenía mucho más esta oposición al golpe militar, aunque quizá muchos de los implicados desconocieran exactamente el final de aquel plan para el cual trabajaban.

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