El dictador Franco con Juan Carlos de Borbón. |
El 23 de febrero de 1981, próximo mi regreso a España, el golpe militar de Tejero causó honda conmoción en mi
familia, parte de ella recién llegada a Valencia, rodeada esa noche por las
fuerzas militares salidas de Bétera y Paterna a consecuencia de la sublevación
de Jaime Milans del Bosch. Sobre este tema se van ampliando puntos de vista a
medida que el blindaje de la monarquía ante los medios ya no puede sostenerse tras
destaparse en 2011 el caso Nóos y añadirse a ello otros escándalos de la
familia real ante los cuales ha cambiado drásticamente su política de hermetismo
total con los medios de comunicación a estar dispuestos a ofrecer ruedas de
prensa para intentar lavar la desgastada imagen de Juan Carlos I.
Ricardo de la
Cierva, en su libro Retratos que entran
en la historia (1993), habla de
su última entrevista con Juan Carlos I, el 26 de enero de 1981, poco después de
haber sido cesado en su cargo de ministro de cultura. Juan Carlos I no ve muy
claro que su reinado pudiera durar mucho, pues según La Cierva, le dice: sería bueno llegar al 83, pero no sé si
vamos a poder. En estas circunstancias, el 23-F supuso para Juan Carlos I la
oportunidad de presentarse a España como el salvador de la democracia y garante
de las libertades civiles, por su oposición al golpe, lo cual le permitió alcanzar
un objetivo mucho más amplio que llegar al 83. El marketing de su imagen fue de lo
más eficaz durante años.
Repasando un
poco de historia, en su dinastía existen antecedentes de juegos a dos bandas
con los golpes o sublevaciones que el gobierno conocía de antemano y en los que
había que tomar posiciones. Esto lo dominaba a la maravilla su antepasado
Fernando VII, principal responsable del entrecruce trágico con mis antepasados
que daría con el fin de sus vidas anticipadamente. En el levantamiento del 7 de
julio de 1822 Fernando VII, para recuperar el absolutismo, conspira contra los
defensores de la constitución. Se promueve este golpe de estado mediante
batallones de la guardia real que salen a las calles y, en este doble juego, le
mantienen “retenido” en palacio sus mismos aliados. Así se cubría las espaldas
si fracasaba, como ocurrió, aunque no por mucho tiempo pues recurrió al año
siguiente a traer tropas francesas a España, logrando restaurar el
absolutismo.
No me extiendo aquí
con el 22 de junio de 1866, en el que se
halla involucrada la reina Isabel II en el encubrimiento del asesinato de Federico Puig
Romero, llevado a cabo mediante un plan paralelo al margen del revolucionario,
conocido de antemano por el gobierno. Vamos al 19 de
septiembre de 1886, durante la regencia de la viuda de Alfonso XII, cuando se
produce un movimiento republicano. Casualmente resultan víctimas mortales dos
oficiales de artillería que sobrevivieron el 22 de junio de 1866 y conocían
especiales circunstancias de Federico Puig Romero.
Respecto a Alfonso
XIII, sobra decir que no opuso resistencia al levantamiento de Primo de Rivera
que inició una dictadura en septiembre de 1923 que se alargó hasta enero de 1930, casi un año después de fallecer su madre, que había seguido reinando en la sombra. Siguió la dictablanda de Dámaso Berenguer hasta que la monarquía sucumbe el 14 de abril de 1931. Sobre esto hablaba Juan Carlos I
con La Cierva en 1980 afirmando: Jamás
haré yo cosa semejante. A mí solamente
me sacarán de aquí, si llega el caso, con los pies por delante…
El lunes 26 de
enero de 1981 no había audiencias en La Zarzuela, pero sí un gran revuelo militar por la casa, según refiere La Cierva. Seguramente
Juan Carlos I no deseaba seguir el ejemplo de su abuelo que a largo plazo no le
mantendría en el poder. Convenía mucho más esta oposición al golpe militar,
aunque quizá muchos de los implicados desconocieran exactamente el final de
aquel plan para el cual trabajaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario