El pasado 9 de abril se
cumplieron 115 años desde que la ex reina Isabel II de España dejara el mundo de los
vivos con la garantía de tener el cielo ganado que le confería la Rosa de Oro,
concedida por el Sumo Pontífice a las reinas católicas. Su Majestad Católica
recibía esta distinción de manos de Pío IX, el Papa que diez años atrás había apadrinado
a su hijo, el futuro Alfonso XII, en medio de todo el revuelo que se armó
acerca de su paternidad secreta, o no tanto, pues desde el mismo entorno de la
reina se lanzó el rumor de que correspondía al oficial de Ingenieros Enrique
Puigmoltó y Mayans, desviando la atención de lo que realmente importaba
ocultar, como desvelo en mi libro Voces desde el más allá de la historia.
Pío IX. |
La Rosa de Oro obtenida en 1868
de poco le valdría para mantener su trono, viéndose obligada a partir al exilio
en el mismo año. La revolución de septiembre de 1868 se lograba sin apenas
resistencia; la sangre ya se había derramado el 22 de junio de 1866, en el
cuartel de San Gil y en las calles de Madrid, tanto en la sublevación como con
las terribles represalias del gobierno con fusilamientos masivos a sargentos y
soldados, muchos de ellos inocentes. Además de estas trágicas muertes, cabe
citar el asesinato producido antes de la
sublevación, dentro del cuartel, a sangre fría, por sicarios que contaban con
la protección del gobierno, dejando sin vida ni defensa al coronel Federico
Puig Romero, en presencia de su aterrorizada familia, que guardó silencio
aleccionada por Isabel II. El legado de ese testimonio a través de mis
ascendientes me ha permitido indagar y descubrir el entramado que se intentó
ocultar.
En su viaje hacia el exilio Isabel
II probablemente no lamentaba nada ninguna de aquellas vidas inmoladas para
proteger un secreto. Un secreto surgido de su conducta irreflexiva y
caprichosa. Pero hiciera lo que hiciera, tenía garantizada la dicha eterna
porque ella era reina por la gracia de Dios. Contaba además con un equipo de
colaboradores de limpieza espiritual exprés, raudos a suministrarle garantías
de su reinado en el cielo. Porque hasta allí debía extenderse su corona. Y
entre quienes proporcionaron socorro a
su alma destaca Santa María Micaela, sobre la cual decía Isabel II: ‹‹fue para mí verdaderamente un ángel guardián
y estoy segura de que Dios escuchaba sus menores súplicas, que yo le hacía
elevar por mi salud, mi familia y todos mis asuntos...›› (1) La monja fue beatificada en 1925 y canonizada en 1934 como Santa María Micaela del Santísimo Sacramento.
Santa María Micaela, |
También
llegó a santo el padre Claret, confesor de la reina y receptor, curiosamente, fuera de confesión,
del rumor sobre Puigmoltó que sin tener que guardar secreto de confesión hizo llegar
al Vaticano, lográndose así desviar la atención del presunto verdadero padre,
Federico Puig Romero, cuyo anonimato en este espinoso tema le dio tregua unos
años hasta su anticipado fin camuflado en la sublevación militar de 1866. El confesor de Isabel II sería beatificado en 1935 y canonizado en 1950 como San Antonio María Claret.
San Antonio María Claret. |
Isabel II no solo logró hacer
rezar por ella a sus acólitos del clero que llegarían a alcanzar la santidad, sino incluso a quienes poco o nada tenían de religiosos y se
congratulaban con su salida de España en 1868. La historiadora Isabel Burdiel
alude a las Letanías, que ‹‹insultan de manera indigna a Su Majestad›› (2), de las que tiene referencia
indirecta, pues según afirma la historiadora, ‹‹no he podido localizar Las Letanías››. En mis investigaciones
di con una de ellas en la Biblioteca Nicolau Primitiu, y no tiene desperdicio.
Se titula Letanía que todos los liberales
deben rezar para que no vuelva a España Isabel de Borbón y toda su camarilla.
Está impresa en Valencia, calle Embajador Vich, 12. Quién sabe si Isabel II
llegara a escuchar esas plegarias cuando decidió abdicar en su hijo Alfonso
XII…
(1) Carmen Llorca, Isabel II y su
tiempo, Ediciones Istmo, 1984, 1ª edición
1956.
(2) Isabel Burdiel, Isabel II,
una biografía (1830-1904), Peguin Random House, Grupo Editorial España, 2011.
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